Laguna de Guatavita, el origen de «El Dorado»

Hablar de la Leyenda de El Dorado es adentrarnos en un mundo de fantasías y realidades. Dentro de esa realidad fui en busca del lugar que origina tantas pasiones y para mi sorpresa quedé absorta por su belleza. Intento no ponerle un aire demasiado místico a mi impresión, pero honestamente estar allí me transportó a los rituales muiscas con ofrendas a los dioses de los que tantas veces hemos leído y escuchado. 

La historia se remonta a la ceremonia de investidura del Zipa (Cacique) que se trasladaba hasta el centro de la laguna en su balsa ataviada con oro y esmeraldas, cubriendo su cuerpo con oro en polvo, acompañado de su séquito y llevando a cabo el ritual de ofrenda a los dioses lanzando a la laguna las piedras preciosas y los objetos de orfebrería en oro. Muestra de estos rituales están representados en la emblemática pieza de arte precolombino “La balsa muisca” pieza que se encuentra en el Museo del Oro en Bogotá y al que dedicaré otra entrada en este blog.

Los Muiscas fueron la cultura prehispánica predominante en la zona central de Colombia, reconocidos por ser tejedores de algodón, agricultores y grandes orfebres. Su alimentación estaba basada principalmente en el maíz, producto que sigue manteniéndose como principal a día de hoy en la región. En su economía primaba el trueque con pueblos vecinos. Los güechas (guerreros) adornaban sus cabezas con cascos de oro mientras que el resto cubrían sus cabezas con gorros de algodón, así como narigueras y brazaletes.

Su admiración con los destellos de este metal puesto al sol, les hacía sentir fascinación por él y elaborar todo tipo de objetos como tunjos, pectorales, colgantes y vasijas destinados a ofrendar. Mientras su atracción hacia el oro y su color carecía de un significado material y dinerario, no era tanto así para los buscadores de tesoros. De ahí que surgiera dentro de las grandes leyendas la de la Laguna de Guatavita.

La laguna se encuentra a 75 km de Bogotá y se llega a través de la Autopista Norte con dirección a los municipios de Zipaquirá y Suesca. Al llegar al municipio de Guatavita podemos caminar por sus calles adoquinadas y de estilo colonial y disfrutar de un buen plato de trucha ahumada a la parrilla, un postre de natas y finalizar con un café hecho con panela y anís.

Desde allí hay que desplazarse 20 km hasta llegar a la entrada principal de la reserva natural. Es importante tener en cuenta que nos encontramos en un enclave de la cordillera andina y por lo tanto estamos en medio de un sistema montañoso con una altura de 3.100 msnm y una temperatura media de 9°C. Pasear por los senderos rodeados de frailejones y flora silvestre hasta llegar a la cima y ver desde lo más alto la laguna redondita y de color verde intenso es todo un placer para los sentidos. Ese fue el momento de descargar la mochila, sentarme a orillas de la cúspide y contemplar el paisaje imaginando los destellos del sol en una mezcla de tonos dorados en medio del ritual de un pueblo ataviado de sus máscaras y penachos de colores al ritmo de flautas y tamboriles.

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